viernes, 16 de septiembre de 2011

Canicas Rojas


Durante los duros años de la depresión, viví en un pueblo pequeño de Estados Unidos y solía ir al almacén del Sr. Miller para comprar productos frescos de granja. En aquellos tiempos la comida y el dinero escaseaban, y el trueque era muy frecuente.
Un día, en ese almacén, vi un niño, con la ropa gastada y sucia que miraba atentamente un cajón lleno de manzanas rojas. Yo también las estaba admirando, porque eran realmente hermosas y por eso no pude evitar oír la conversación entre el pequeño y el Sr. Miller.

—¿Hola Barry, como estás, quieres algo?
—Hola Sr. Miller, estoy bien gracias, sólo admiraba las manzanas… son preciosas.
—Sí y además son muy buenas.
—¿Cómo está tu mamá? Bien…
—¿Hay algo en que te pueda ayudar? —No señor. Sólo miraba las manzanas.
—¿Te gustaría llevarte algunas a casa? —Claro que sí.
—Bueno, ¿qué tienes para darme a cambio por ellas?
—Lo único que tengo es esto, mi canica más valiosa.
—¿De veras? ¿Me la dejas ver?
Barry le mostró su tesoro, pero el Sr. Miller, no se quedó muy contento. —El único problema es que esta es azul, y a mí me gustan las rojas, le dijo.
—¿Tienes alguna como esta, pero de color rojo, en casa? No exactamente, pero tengo algo parecido.
—Hagamos una cosa. Llévate esta bolsa de manzanas a casa y la próxima vez que vengas, me traes esa canica roja que tienes. —Muchas gracias Sr. Miller. Y salió corriendo con su bolsa de manzanas rojas.

La Sra. Miller se acercó a atenderme y con una sonrisa me dijo, hay dos niños más como él en nuestra comunidad, todos están en una situación de extrema pobreza y a mi esposo Jim, le encanta hacer trueque con ellos y les cambia canicas por patatas, manzanas, tomates, o lo que sea. Lo gracioso es que cuando vuelven con las canicas rojas que mi esposo les había pedido, él decide que en realidad no le gusta tanto el rojo, y los manda a casa con otra bolsa de comida, a cambio de que la próxima vez le traerán una canica de color naranja, verde o azul. Es una manera de ayudarles sin que se sientan mal.
Me fui del negocio sonriendo e impresionado con este hombre.
Pasado el tiempo, el Sr. Miller falleció. Por la noche fui a su velatorio acompañando a unos amigos y mientras saludábamos a los familiares para dar nuestro pésame, me fijé en tres jóvenes, muy bien vestidos que saludaron a la Sra. Miller y luego se acercaron respetuosamente para despedirse del Sr. Miller.
Cuando llegó nuestro turno, la Sra. Miller con los ojos brillando me tomó de la mano, me acompañó al ataúd y me dijo: «Esos tres jóvenes que acaban de salir, son los dos chicos de los cuales le hablé y aquél que usted conoció hace unos años en la tienda. Me dijeron que vinieron a pagar su deuda»
A continuación la esposa levantó la mano de su esposo fallecido y allí estaban las tres canicas rojas exquisitamente brillantes.

El amor del Sr. Miller quedó grabado en el corazón de los tres chicos de tal manera, que jamás olvidaron su actitud y generosidad.

«No seremos recordados por nuestras palabras, sino por nuestras acciones»

“Predica en todo tiempo, y si es necesario, habla.”

Hoy veo a muchos ofreciendo seminarios, talleres, cursos, libros, manuales de liderazgo en lugar de enseñar a tener actos sencillos y poderosos como estos o de enseñar con las mismas obras.
Veo a muchos buscando ser líderes, buscando lugares para pararse y hablarle a las multitudes en lugar buscar a nuestro alrededor con quien podemos tener obras y acciones como las tendría Jesús.

La verdad, creo que el ejemplo de este señor Miller (que me hace recordar mucho a mi abuelo Manuel Ferrer) son las obras que más predican el evangelio y de las que más valora Dios.

Perdón Jesús, todavía me falta bastante para parecerme a vos.

“De este modo todos sabrán que son mis discípulos, si se aman los unos a los otros.” Juan 13:35 – NVI

Diego Amado

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